El hielo, yo y el sistema de salud canadiense

El martes 8 de febrero fui, por primera vez en mi vida, a patinar en hielo. En realidad, jamás había patinado en mi vida, ni en hielo ni en cemento ni en mis sueños.

Luego de casi una hora dando vueltas por la pista y ya pronto a terminar la sesión deportiva, decidí -involuntariamente- comprobar la resistencia del hielo de la pista frente a los golpes. Sin nada contundente al alcance de la mano, mi cabeza resultó ser un elemento conveniente para llevar a cabo la prueba.

Germán
Antes de la prueba de resistencia del hielo (CC Tatiana Gutiérrez)

Con mi destreza sub-desarrollada (propio de un tercer mundista) pisé con el pié izquierdo ligeramente cargado hacia el borde externo, rápidamente perdí el equilibrio y tomé posición para darle con mi cabeza al hielo. Para evitar que instintivamente mi manos se interpusieran con el objetivo, caí de espaldas. No contaba con que mis posaderas harían lo suyo e intentaran probar la resistencia del hielo antes que mi cabeza. De todas formas logré darle con propiedad.

Puedo afirmar que el hielo de la pista es bastante resistente, pero igual se quejó. Le mostré que no era cualquier cabeza la que la ponía a prueba, sino una muy obstinada. Aunque, en honor a la verdad, también me quejé y me sentí mareado.

Al parecer, el personal del lugar no estaba acostumbrado a que un cliente decidiera quedarse acostado en el hielo descansando (eso de ir a tumbarse a una playa con 30° no va conmigo, el hielo es lo mío). Irónicamente, me llevaron hielo para ponerme en la cabeza. Luego de descansar un rato en el hielo, decidimos ir a conversar sobre la prueba de resistencia fuera de la pista. Se nos unió un paramédico interesado en estos temas, quien me recomendó compartir la historia con los médicos del hospital y así evitar malas interpretaciones. Así fue como llamaron a la ambulancia.

En estos rituales, quien cuenta la historia debe hacerlo acostado y con un collar para que el narrador siempre tenga la frente en alto. De esta forma, uno no tiene que mirar a los plebeyos que se acercan a rendir culto. Para rendirme honores, me pusieron sobre una camilla y pasamos revista hasta llegar a la ambulancia y luego al hospital. Viendo las luces pasar por el techo, me sentí como en una película o como en el cuento de Cortázar «La noche boca arriba».

Skating :-(
Como Tutankamón, visto desde la gradas (CC Tatiana Gutiérrez)

Mi paso histriónico por la sala de emergencia incluyó repetir la historia unas 3 ó 4 veces más. Luego, el «típico» test para determinar daños neurológicos (palpar si hay dolor, reflejos, seguir instrucciones, etc.), luego me dejaron en observaciones por 15 minutos (por si decidía cambiar mi versión de los hechos) hasta que se convencieron que yo era así.

Me enviaron para la casa con un manual de instrucciones y recomendaciones que debía observar. Lo esencial es que podría estar con dolores de cabeza, mareos, falta de concentración, mal carácter, etc. por algunas semanas. Y así ha sido. Por ejemplo, sólo por discutir algún tema por varios minutos, al rato ya me duele la cabeza. Así que he evitado realizar tareas que requieren concentración por varios minutos o trato de parcelarlas. Nada grave, pero tan poco agradable.

Mi estadía fue cubierta gracias al gentil auspicio del seguro para residentes de British Columbia. La atención en todo momento fue amable y mi gloriosa cabeza: sin cortes ni chichón.